miércoles, 9 de septiembre de 2015
SOBRE LA BARRA DE UN BAR CAFÉ
SOBRE LA BARRA DEL BAR CAFÉ, ME CONFESO SUS SECRETOS
Han pasado un montón de años, cuando una tarde noche de verano le conocí, era un hombre intelectual, aunque descendiente de un pueblo grande de Albacete, de una cultura superior, y de costumbres arraigadas en lo castellano. Aquella noche hablamos de Castilla, de Antonio y Manuel Machado, un poco de Azorín, y sin dejar de lado al poeta León Felipe Camino. Era todo un estudioso de la cultura española, de vez en cuando nos veíamos en el bar café, el trabajaba en unas oficinas importantes, y era un cargo bastante elevado. Pero jamás se las daba de nada, su comportamiento era fenomenal, hablamos muchos ratos y bastantes días, aunque yo sabia que el casi todas las noches, marchaba a su domicilio un poco colocado de alcohol, era su terrible vicio, pero en sus buenos ratos, recitaba poemas y te contaba historias, de las que me contaron a mi de niño, al calor de un brasero, en la Castilla profunda. Su presencia era apreciada en dicho bar, donde de vez en cuando se echaban partidas a las cartas, y casi siempre las mismas personas, cada vez que pasaba por allí, notaba que el alcohol hacia su labor sobre las mentes y cuerpos de aquellos clientes, que uno tras uno, se empezaron a marchar hacia el final de su vida. Noté que el tiempo no perdona, pero perdona menos el ron y la ginebra, cuando se bebe sin moderación, y aquella persona que se distinguía por su cultura literaria, empezó a visitar el Hospital Ramón y Cajal, y en poco tiempo su estado de salud, se quedo degradado, el era un hombre alto y de buen porte, y la ultima vez que hable con el , estaba medio agachado y muy delgado, le pregunte por su salud, y su contestación fue fulminante, ”Esta a llegar el día del ultimo viaje, que en mi caso será a tierras de Albacete, donde mis cenizas serán esparcidas, sobre la tierra que me vio nacer y crecer”, quise animarle con otro poema de esperanza, pero me dijo, ” El camino de mi vida se ve obligado a partir sin demora, mis hijos están avisados, y yo me siento dispuesto a terminar con este maldito sufrimiento”. No quiero decir su nombre por razones de su buena amistad conmigo, le di mi mano y el me soltó una abrazo de hermano, que me dejo helado, aunque llevaba el un buen abrigo de paño. Fueron pocos los días que después de mi encuentro con el, le quedaron de vida, un domingo por la mañana, alguien me aviso, a tu amigo se le han llevado echo ceniza a su tierra. La verdad que sentí un gran escalofrío, aunque sabia que no tardaría en morir, pero no podía despedirle en su ultimo viaje, eso si cuando paso por la zona de Albacete hasta Almansa, mi mente siempre piensa en el, aquel hombre educado, que su cultura era envidiada, por sus amigos de partida de cartas, y otros clientes de dicho bar, como estarían sus familiares sin el, y como pasaría sus ultimas horas ante la cirrosis galopante que le ataco. Todo mi pensamiento que va circulando por su tierra, se siente estremecido, le veo en brumas por su tierra manchega, entre los versos de Cervantes y de León Felipe, galopando con su Rocinante por esas tremendas llanuras, donde el se paseo y trabajo en la agricultura, cuando era un estudiante de universidad, todo su encanto que el nos dejo en sus versos recitados, me hicieron pensar en el cuando abandono su forma de vivir en la tierra. Alguna vez cuando paso por dicho bar café, el recuerdo me lleva a verle como entendía la literatura a fondo, y como sabia detenerse en los puntos y comas, sin tener ningún libro delante, solo su memoria de estudiante, y la fe que le daba el recuerdo apasionante, de sentirse un manchego alucinante. Desde este barrio de Hortaleza, Madrid, hoy mi mente le volvió a recordar, le sentí como si estuviera hablándome de los grandes genios de la literatura española, como si estuviera esperando que yo le recitara un trozo de mis pobres y tristes poemas, a lo que el me agradecía mucho, con sus buenas expresiones poéticas, que me dejaron tan buen recuerdo, siempre tuve buenos profesores, pero hay personas a las que nunca olvidamos, sin saber un día por que en su recorrido entramos, y tan buena recepción encontramos. Y cuando se van en silencio les lloramos, y en nuestra memoria les llevamos, solo una frase de admiración para el, que seguro le hubiera gustado oír.
“Castilla que buena tierra para sembrar ilusiones, en tu caminar se encierra el polvo de mil razones”. D, E, P. G X Cantalapiedra. 10 – 9 - 2015
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