CUANDO EL
RECUERDO PERMANECE
Aquel
día del mes de abril, de hace ahora mismo más de treinta años, entendí cómo
aquel hombre, que entonces tendría unos 65, años, me explicaba, cómo abandono
su tierra, y que recuerdos tenía de ella. Empezó contándome en aquel velatorio,
su niñez, casi traumática, y su juventud sufrida, todo lo que él había pasado
en su vida, hasta que con dieciséis años, se decidió venirse a trabajar a
Madrid, que según él fue su salvación, y me comentaba todo un montón de
atrocidades y malos tratos, que el hombre aquel había sufrido en su pueblo, que
para él no era querido, escucharle durante más de una hora, parecía cosa del
demonio, pero su relato, no te dejaba quedar tranquilo, sus manos callosas y su
frente arrugada, le hacían ser el típico castellano, de la Castilla Profunda.
Donde algunas personas tuvieron que pasar muchas calamidades, y muchos
desprecios, y aquel hombre que parecía haber sido fuerte, según él recibió
algunas palizas, ya que en su casa, no existía liquidez para poder comprar
alimentos, y en épocas de uvas melones, e incluso remolacha, sus salidas
nocturnas, siempre fueron para llevar a su casa, frutas que no era posible
acceder a ellas, por eso un día según él, se decidió marcharse a una ciudad
donde nadie le conociera, ni le apuntaran con la mano, Su vida fue dura, al
traerse con él a su madre y hermanos, que una vez en la capital, en la época de
los años 1947, se acoplaron en una chabola del Arroyo Abroñigal, donde las
calamidades diarias, eran la nota de aquel vivir, luego según este hombre, les
concedieron un piso en el Barrio de la Elipa, donde pudieron vivir cómo
personas civilizadas, Sus recuerdos de aquella chabola, eran los de estar cerca
de lo que es hoy día, el Parque de La fuente del Berro, y me comentaba, que con
bidones vacios, y otras hojas delatas, consiguieron agrandar un poco aquel
hueco, que debajo de la tierra era su vivienda. Toda esta historia me fue
contada, en La Avenida Donostiarra, en aquel duelo, que después nos llevaría al
cementerio de Carabanchel. Nunca más volví a ver aquel hombre, que tanto me impacto
en mí vida. Yo conocí esas chabolas, y además el Pozo del Tío Raimundo, y lleve
mercancías en un camión, al Cerro del Tío Pio, nunca tuve en esos lugares
ningún problema, aunque siempre anduve con cuidado, de no pasarte de listo, por
si acaso caías mal aquella gente, Al despedirme después del entierro, me dijo,
quizá nunca le conté a nadie mí verdadero drama, que la verdad es demasiado
duro, se ve que su vida desde niño fue un sufrimiento continuo, hasta que, les
adjudicaron aquella vivienda, donde empezaron a sentirse personas. Me comentó,
Jamás volveré a mí pueblo, ni quiero que mis hijos y nietos, vuelvan por allí,
seguro que ya nadie se acuerda de nosotros, ya que de vez en cuando tengo en la
memoria, aquellas citaciones del ayuntamiento, para culparme de cualquier cosa
desaparecida, y con ello en aquellos tiempos, ya sabias que recibirías una
paliza, sin haber sido el culpable de nada. Le di la mano aquel hombre
castellano, que me pareció una enciclopedia, de aquellos sufridos años. de vez
en cuando paso por esa amplia Avenida Donostiarra, y se me aparece en mí mente,
aquella conversación, mientras esperábamos, acompañar aquel hombre de mí
tierra, que tuvo una vida movida, y terminó sus días en Madrid. Nunca más he
tenido la suerte o fatalidad, de conocer a nadie, que tuviera una vida de
juventud tan castigada, Aquel hombre seguro que ya habrá fallecido, pero es muy
probable, que su familia de hijos y nietos, no llegaran a conocer su verdadera historia,
por eso hoy que han pasado muchos años, me decidí a escribirlo.
G
X Cantalapiedra.