PARA
RECORDAR A SU ABUELO EN ALICANTE
En aquellos años de 1996, aquel joven
castellano de Valladolid, logró hablar con sus amigos, y decidieron pasar sus
vacaciones del mes de agosto en Alicante, pronto prepararon su automóvil,
Renault 21, diésel, y agarrando sus
mochilas, aquellos cuatro amigos, salieron camino de Levante, el joven que era
el dueño del coche, tenía en su mente, visitar los lugares que desde niño, le
había comentado su abuelo, ya que aquel hombre había fallecido recientemente, y
en su memoria al morir, le indico al nieto que visitara ciertos lugares, de la
provincia de Alicante, y que al salir de Valladolid, ya los tenia apuntados en
su mente, y en el mapa de carreteras. Fue un viaje de descubrir los lugares de
magia en La Mancha, y conocer esos llanos parecidos a los de la meseta norte, en
donde se encuentra su provincia, cruzada por los ríos Duero y Pisuerga. Todo el
camino estuvieron escuchando música de Joan Manuel Serrat, y Paco Ibáñez, los
cuatro amigos forofos de la poesía, y admirando a Miguel Hernández lo mismo que
a Don, Antonio Machado, aquel viaje les parecía un sueño, pero mucho más al
joven que su abuelo le indico el camino a seguir, Al pasar por Chinchilla de Montearagon,
cruzaron palabras al ver aquel viejo castillo, que durante la guerra civil y
otras encrucijadas, fue un lugar de tragedia. Al pasar por Villena, uno de los
amigos comentó, este es el lugar de más curanderos por metro cuadrado de
España, y allí saltaron comentarios de todo tipo, incluidos los brujos
curanderos de Castilla León. Al llegar Alicante, se hicieron enseguida con una
pensión, en el Barrio de Benalua, y sin tardar demasiado, se acercaron hasta
los juzgados de Alicante, lugar de la muerte del poeta Miguel Hernández, y
desde allí por la calle de Aguilera y después, por la calle de Orihuela, hasta
el cementerio de Alicante a unos tres kilómetros de distancia de la pensión,
donde al día siguiente, salieron camino de Orihuela, para visitar la casa donde
nació el poeta, y de paso conocer un poco de la historia, de lo que fue el campo
de concentración de Albatera. Todo aquel viaje les dejó huella profunda, el
abuelo del joven, tuvo que hacer guardias en dicho campo, contra su voluntad,
pero eran tiempos de final de la Guerra, donde los derechos humanos no
existieron, y los guardianes no podían opinar ni comentar nada de nada. Al otro
día marcharon hasta Alcoy, y de paso bajaron por la Carrasqueta, para terminar
en el museo del turrón, y después bañarse en la Playa de San Juan, al día
siguiente, se dirigieron hasta Busot, para visitar Las Cuevas del Candelabro,
lugar lleno de montañas marcadas por el paso de los años, y con muchas señales
de la época musulmana. Tuvieron tiempo al día siguiente, de subir al Castillo
de Santa Bárbara, lugar donde su abuelo tuvo que ser centinela nocturno, en
aquellos trágicos días del final de aquella guerra, que dejo tan tristes
recuerdos en la ciudad de Alicante. El joven comentaba a su amigos, mi abuelo
me comento muchas veces, que él fue testigo, de cómo les quitaban a las personas
detenidas, todos los efectos de valor, y pasaban por un saco, donde ningún guardián
sabia donde terminaban, aquellos días de vacaciones, fueron a la vez de
lecciones, para aquellos cuatro jóvenes castellanos, que vieron sobre el
terreno, todo lo que el abuelo le conto al dueño del coche, su nieto. Al volver
hacía Valladolid, el corazón de los cuatro, parecía sentir al abuelo de
compañero de carretera, eran tiempos de democracia, pero existían muchos puntos
sin aclarar, muchas palabras que no tenían sentido, ellos no se confundían, Alicante
era un lugar encantador, y sus gentes la mayoría solidaria y comunicativa, a la
que agradecieron su amabilidad. La figura y el recuerdo del abuelo, les
acompaño hasta Valladolid, donde ya nunca olvidarían aquel viaje al pasado. G X Cantalapiedra.
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