LOS VIENTOS DEL NORTE
ERAN TERRIBLES
Aquellas noches del mes de enero, sobre
aquella villa castellana, el viento del norte daba la sensación, de tirar la
chimenea de aquella casa, de adobe y tapial de barro, sus moradores resistían
al calor de la lumbre, con leña de sarmientos de los viñedos, donde el padre de
familia podaba diariamente, incluso hasta en los domingos o fiestas, al calor
de aquella pequeña hoguera, donde los chisporroteos soltaban sus humos de vez
en cuando, y la asfixia era de llorar los ojos. En el calor de aquel hogar,
donde aún no tenían radio, ya que los años de 1950, eran muy pocas viviendas
las que se lo podían permitir, tener ese lujo de entonces, que años después se
quedaría un poco anticuado, Los hijos del matrimonio, sentían el ruido del
viento sobre la chimenea, y de vez en cuando caía algún trozo de hollín, para
evitar no estar debajo del peligro, que suponía aquel viento atronador, se
quedaban un poco al margen de la hoguera, que impedía que helara hasta los cacharros y cantaros con
agua, que tenían para beber y cocinar. En aquel calor de hogar, el padre
relataba a sus hijos, las batallas sufridas en las dos guerras donde tuvo que
ir obligatoriamente, primero comentando. La revolución de Asturias, y después,
la Guerra Civil, española, donde fue herido en el pueblo de Ávila, Navalperal de
Pinares, de donde fue trasladado, hasta Plasencia, en un tren donde según el
hombre aquel, pensaba que se moriría, ya que tuvieron que intervenirle en un
hospital de campaña, para poder sanearle la herida producida en la batalla, y
después ocupar un lugar en aquel tren, que parecía que solo circulaba por la
noche. Todos los hijos, escuchaban aquellos relatos, que parecían estar casi al
lado, tan solo habían pasado unos cuantos años, y por las calles de aquella
villa, quedaban hombres mutilados de guerra, con muletas y bastones, y otros
que cojeando realizaban sus labores agrícolas. Además existían niños un poco
mayores, que aquellos hijos del hombre del relato, que eran huérfanos de
aquella guerra, donde muchas personas perdieron a sus seres queridos, y no
tuvieron ninguna ayuda de nada, para poder salir adelante, por eso entonces en
los Campos de La Castilla Profunda, se veían niños con muy poca edad, que trabajaban
de zagales, o en el tiempo de verano, ayudando en las eras a trillar y recoger
las parvas de grano. Aquellos años fueron muy duros, algunos jóvenes de los
desafortunados, tuvieron la ocasión de poder ir a la escuela por la noche, y
otros a recibir clases de cultura, en las manos de alguna persona caritativa, que
entonces las hubo, para sin tardar demasiado tiempo, empezar su camino de
inmigración forzosa, por diferentes partes de España. Las historias al calor de
la lumbre, en noches de vientos del norte tenebrosos y heladores, fueron para
muchos jóvenes de aquella época, un lugar donde se conocían las miserias
humanas de cerca, y a distinguir de personas y personajes, y poder diferenciar
muchas palabras, que a veces no las entendías, no por ser de otro idioma, sí no,
por tener unos adjetivos, y apelativos que eran raros, para los niños de entonces,
aunque hoy día se haya quedado claro su contenido, fueron muchos días donde los
vientos helados del norte, que allí se llamaba cierzo, que tan solo alguna película
de terror, consigue ponerle su sonido, creo que ni Iker Jiménez, en Cuarto
Milenio, lo ha conseguido. Son sonidos exclusivos de chimeneas solitarias,
afrontando esos vientos castellanos heladores y castigadores, que hacían mucho más
terribles algunas historias, de personas a las que conocías de andar por tu propia
calle, y que con los años desaparecieron.
G X
Cantalapiedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario