domingo, 18 de febrero de 2018

LOS VIENTOS DEL NORTE ERAN TERRIBLES

LOS  VIENTOS  DEL  NORTE  ERAN  TERRIBLES
Aquellas noches del mes de enero, sobre aquella villa castellana, el viento del norte daba la sensación, de tirar la chimenea de aquella casa, de adobe y tapial de barro, sus moradores resistían al calor de la lumbre, con leña de sarmientos de los viñedos, donde el padre de familia podaba diariamente, incluso hasta en los domingos o fiestas, al calor de aquella pequeña hoguera, donde los chisporroteos soltaban sus humos de vez en cuando, y la asfixia era de llorar los ojos. En el calor de aquel hogar, donde aún no tenían radio, ya que los años de 1950, eran muy pocas viviendas las que se lo podían permitir, tener ese lujo de entonces, que años después se quedaría un poco anticuado, Los hijos del matrimonio, sentían el ruido del viento sobre la chimenea, y de vez en cuando caía algún trozo de hollín, para evitar no estar debajo del peligro, que suponía aquel viento atronador, se quedaban un poco al margen de la hoguera, que impedía  que helara hasta los cacharros y cantaros con agua, que tenían para beber y cocinar. En aquel calor de hogar, el padre relataba a sus hijos, las batallas sufridas en las dos guerras donde tuvo que ir obligatoriamente, primero comentando. La revolución de Asturias, y después, la Guerra Civil, española, donde fue herido en el pueblo de Ávila, Navalperal de Pinares, de donde fue trasladado, hasta Plasencia, en un tren donde según el hombre aquel, pensaba que se moriría, ya que tuvieron que intervenirle en un hospital de campaña, para poder sanearle la herida producida en la batalla, y después ocupar un lugar en aquel tren, que parecía que solo circulaba por la noche. Todos los hijos, escuchaban aquellos relatos, que parecían estar casi al lado, tan solo habían pasado unos cuantos años, y por las calles de aquella villa, quedaban hombres mutilados de guerra, con muletas y bastones, y otros que cojeando realizaban sus labores agrícolas. Además existían niños un poco mayores, que aquellos hijos del hombre del relato, que eran huérfanos de aquella guerra, donde muchas personas perdieron a sus seres queridos, y no tuvieron ninguna ayuda de nada, para poder salir adelante, por eso entonces en los Campos de La Castilla Profunda, se veían niños con muy poca edad, que trabajaban de zagales, o en el tiempo de verano, ayudando en las eras a trillar y recoger las parvas de grano. Aquellos años fueron muy duros, algunos jóvenes de los desafortunados, tuvieron la ocasión de poder ir a la escuela por la noche, y otros a recibir clases de cultura, en las manos de alguna persona caritativa, que entonces las hubo, para sin tardar demasiado tiempo, empezar su camino de inmigración forzosa, por diferentes partes de España. Las historias al calor de la lumbre, en noches de vientos del norte tenebrosos y heladores, fueron para muchos jóvenes de aquella época, un lugar donde se conocían las miserias humanas de cerca, y a distinguir de personas y personajes, y poder diferenciar muchas palabras, que a veces no las entendías, no por ser de otro idioma, sí no, por tener unos adjetivos, y apelativos que eran raros, para los niños de entonces, aunque hoy día se haya quedado claro su contenido, fueron muchos días donde los vientos helados del norte, que allí se llamaba cierzo, que tan solo alguna película de terror, consigue ponerle su sonido, creo que ni Iker Jiménez, en Cuarto Milenio, lo ha conseguido. Son sonidos exclusivos de chimeneas solitarias, afrontando esos vientos castellanos heladores y castigadores, que hacían mucho más terribles algunas historias, de personas a las que conocías de andar por tu propia calle, y que con los años desaparecieron.
       G X Cantalapiedra.       

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