AQUEL
DROGADICTO QUÉ MURIÓ LLENO
DE DOLORES EN
MADRID
Fueron los terribles años, de vivir la
esperanza de la transición política en España. Fue un tiempo turbulento, por la
poca información que entonces existía sobre el mundo de las drogas, y algunos jóvenes y no tan jóvenes, soñaron
que encontrarían su paraíso particular, donde se sentirían realizados, pero
todo ese mundo era una verdadera farsa, un engaño para eliminar, a la juventud
más lanzada, y a los que en el futuro, pudieron a ver sido lideres de distintas
cosas. El tema que relato es verídico, fueron cuatro amigos de la infancia, que
por cierto todos murieron de mala manera, en diferentes lugares de la zona
Norte de Madrid. El joven del que escribo, trabajaba en un taller de
reparaciones de automóviles, donde parece que solo le interesaba, el cómo abrir
todos los coches sin su llave, y parece que se hizo un verdadero líder en su
carrera de robos, para poderse meter o cómo ellos decían chutarse la heroína,
que les llevaría a la muerte, el inicio de su carrera de drogadicto, empezó con
los famosos porros o chocolate, para continuar por las drogas duras, que al
inyectárselas con la misma aguja, se contagiaron del sida, toda su pandilla de
amigos de fechorías, el primero que se marchó de esta vida, fue un joven que
detrás de la tienda que tenía su familia, montaba a menudo la venta de radios
robadas, para poder comprar su dosis, en el Broch de Hortaleza. Más parece que
aquella muerte a los demás no les preocupo demasiado, continuaron haciendo sus
fechorías diarias, y creo a ver sido testigo una noche de domingo en el verano
de aquellos años, que al robar un coche SEAT, 132, fueron vistos por el dueño,
al lado de lo que hoy en día es el Metro de El Parque de Santa María, y el
dueño un joven de unos 25 años, con un peso aproximado de más de cien kilos, agarro
al drogadicto por la cintura, y lanzándole contra el vértice de su coche, le
dio un verdadero palizón, dejándole tirado en el verde del parque de aquella
calle de Santa Virgilia, donde sus compinches que lo estaban viendo, y otras
muchas personas que por allí pasamos, y conocíamos al joven drogadicto, de
saber que era un personaje, que solo causaba daños en el contorno de Madrid,
nadie intervino. A los pocos minutos sus compinches, le montaron en un taxi, y
le dejaron tirado, en la puerta de urgencias del Hospital Ramón y Cajal. donde
parece que le curaron de sus heridas, aunque sin llegar a pasar más de doce
meses, y sin a ver cumplido los 25, años, llego a dejar esta vida, en el
Hospital de La Paz, de infecciones producidas, por el Sida, que le dejaron sin
defensas, los días antes de fallecer, le lloraba a su madre, para que no le
abandonara en su final de trayecto, su vientre estaba hinchado, su cuerpo era
un esqueleto sin más, y su madre aguanto todo lo que en aquel momento, puede
aguantar un ser humano. Ella cómo su padre quisieron curarle, al enterarse
donde estaba metido, en el principio de su drogadicción, pero su negación fue
rotunda, amenazando a ambos con quitarles la vida sí se ponían delante de su
camino. Hubo noches que la policía fue a detenerle a su domicilio, por eso el
joven aquel, dormía en coches robados, en cualquier lugar, pero siempre
acompañado, de aquellos que él pensó que eran sus amigos, pero que incluso,
cuando tenían que cambiar sus efectos robados, en los puntos de droga de
Madrid, que entonces pasaban de 20, lugares fijos, trataban de quitarse sus
dosis, para poder inyectarse en sus llamados “monos”, o abstinencias. Esos eran
sus amigos, donde sus palabras diarias, eran llamarse de todo menos guapos, y
donde todos perdieron su vida en muy poco espacio de tiempo, este joven estuvo
en la cárcel cómo un mes, pero de nada le sirvió, él era un adicto al robo de coches,
donde abrir un automóvil para él era cuestión de segundos, tenía tanta soltura,
que parecía abrirles con llave, hasta que su vida dijo adiós, en un otoño
madrileño, donde la droga se llevaba a muchos jóvenes, que quisieron ser
modernos e inteligentes, y lo único que lograron, fue la ruina moral y económica
de su familia, que la dejaron marcada para siempre, por pensar que no
estuvieron a la altura de aquel tiempo de libertad, que les destruyo cómo seres
humanos. G X Cantalapiedra.
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