LA
TRISTEZA SE NOTABA
Aquella
tarde cuando subí al autobús, de la línea 125, de la E, M ,T, de Madrid, no esperaba
escuchar aquellas palabras, casi de despedida, al entrar en el autobús, me di
cuenta que un viejo amigo, venía acompañado de su esposa, y enseguida le
pregunte por su salud, ya que desde el verano pasado, andaba de médicos, y yo
ya conocía parte de su problema, que el mismo me había contado, en su semblante
serio noté algo, que no me agradaba ver, con seriedad me contó. “Estamos de
paso en esta vida, de aquí no sale nadie vivo, cada uno tenemos nuestra hora, y
yo el verano pasado, ya me llamaron para irme, pero tuve la suerte de tener una
hija medico, y un yerno que enseguida me llevaron a Valladolid, donde en el Hospital
Clínico, me salvaron de momento, pero estoy en la lista de los que tienen que
marcharse sin tardar mucho tiempo”. Aquellas palabras me dejaron helado, no
sabía que responderle, tan solo le dije unas frases del poeta, León Felipe
Camino Galicia. Que dicen así. Aquí no se queda nadie, ni el rico ni el trovador,
ni el mendigo ni el señor, aquí no queda ni dios, porque también le mataron. Mi
amigo entendió de sobra lo que yo le quería decir, entonces me explico toda su
enfermedad y su posible cura, pero según el mismo, sería casi milagroso el poderse
curar a tope, era el Páncreas que le fallaba. Pero dentro de aquel autobús, era
lo más normal oír hablar de enfermedades, hace el recorrido desde Mar de
Cristal, Hortaleza, hasta el Hospital Ramón y Cajal, y diariamente, los usuarios
de dicha línea de autobuses, son testigos de escuchar testimonios de enfermedades
que causan desesperación. Día a día, los
comentarios se vuelven a repetir, y eso cuando algún viajero, tiene que recibir
la mala noticia de algún familiar fallecido. Es cómo sí al hacer ese recorrido,
te hiciera pensar en el más allá. Cuando subes al autobús, sientes una seriedad,
que te deja pensativo, hay muchas personas que a veces solo van a consultas
externas, otras quizá a ser acompañantes de enfermos, que han sido
intervenidos, y esperan su alta clínica, pero de vez en cuando ves a personas, que
llevan su drama a flor de piel, y al mirarlas presientes que no es fácil la
vida, cuando las enfermedades se ceban sobre el ser humano. Las gentes de
Hortaleza, sabemos que dicho Hospital, tiene muy buenos profesionales, y sus aparatos
clínicos, están a muy buena altura de calidad, pero el miedo a tener que ingresar
allí, te pone los pelos de punta. Hay personas mayores, que acuden al “Desguace”
a pasar el rato jugando o charlando, que de vez en cuando comentan, cuando
alguien falta más de dos días seguidos, estará en el Hotel de Barrio, esperando
que le den plaza para el más allá. Los malos presagios se hacen a veces
realidad, y parece ser que al pasar la barrera de los setenta, se ve muy
normal, el tener que ingresar en dicho Hospital. Mi amigo no preciso ingresar
en el Ramón y Cajal, falleció de un infarto en su propio domicilio, hace muy
pocos días, mí amigo aquella tarde del autobús, parecía que lo tenía asumido, era
cómo si una sombra negra y maldita, le estuviera avisando del final de su
camino. Hay muchos días que me transporto en esa línea de autobuses, Y a veces
no quiero ni mirar a los posibles viajeros, que algunos son conocidos míos, pero
no quisiera oír dramas humanos, al pensar que todos podemos caer en cualquier
enfermedad, que nos lleve a ocupar un sitio, en ese Hotel, que nunca quisiéramos
tener plaza reservada. Aunque la vida
tenga su final, nadie quiere estar en tan penosa lista.
G X
Cantalapiedra.
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