lunes, 29 de mayo de 2017

CUANDO EL RECUERDO PERMANECE

CUANDO  EL  RECUERDO  PERMANECE
Aquel día del mes de abril, de hace ahora mismo más de treinta años, entendí cómo aquel hombre, que entonces tendría unos 65, años, me explicaba, cómo abandono su tierra, y que recuerdos tenía de ella. Empezó contándome en aquel velatorio, su niñez, casi traumática, y su juventud sufrida, todo lo que él había pasado en su vida, hasta que con dieciséis años, se decidió venirse a trabajar a Madrid, que según él fue su salvación, y me comentaba todo un montón de atrocidades y malos tratos, que el hombre aquel había sufrido en su pueblo, que para él no era querido, escucharle durante más de una hora, parecía cosa del demonio, pero su relato, no te dejaba quedar tranquilo, sus manos callosas y su frente arrugada, le hacían ser el típico castellano, de la Castilla Profunda. Donde algunas personas tuvieron que pasar muchas calamidades, y muchos desprecios, y aquel hombre que parecía haber sido fuerte, según él recibió algunas palizas, ya que en su casa, no existía liquidez para poder comprar alimentos, y en épocas de uvas melones, e incluso remolacha, sus salidas nocturnas, siempre fueron para llevar a su casa, frutas que no era posible acceder a ellas, por eso un día según él, se decidió marcharse a una ciudad donde nadie le conociera, ni le apuntaran con la mano, Su vida fue dura, al traerse con él a su madre y hermanos, que una vez en la capital, en la época de los años 1947, se acoplaron en una chabola del Arroyo Abroñigal, donde las calamidades diarias, eran la nota de aquel vivir, luego según este hombre, les concedieron un piso en el Barrio de la Elipa, donde pudieron vivir cómo personas civilizadas, Sus recuerdos de aquella chabola, eran los de estar cerca de lo que es hoy día, el Parque de La fuente del Berro, y me comentaba, que con bidones vacios, y otras hojas delatas, consiguieron agrandar un poco aquel hueco, que debajo de la tierra era su vivienda. Toda esta historia me fue contada, en La Avenida Donostiarra, en aquel duelo, que después nos llevaría al cementerio de Carabanchel. Nunca más volví a ver aquel hombre, que tanto me impacto en mí vida. Yo conocí esas chabolas, y además el Pozo del Tío Raimundo, y lleve mercancías en un camión, al Cerro del Tío Pio, nunca tuve en esos lugares ningún problema, aunque siempre anduve con cuidado, de no pasarte de listo, por si acaso caías mal aquella gente, Al despedirme después del entierro, me dijo, quizá nunca le conté a nadie mí verdadero drama, que la verdad es demasiado duro, se ve que su vida desde niño fue un sufrimiento continuo, hasta que, les adjudicaron aquella vivienda, donde empezaron a sentirse personas. Me comentó, Jamás volveré a mí pueblo, ni quiero que mis hijos y nietos, vuelvan por allí, seguro que ya nadie se acuerda de nosotros, ya que de vez en cuando tengo en la memoria, aquellas citaciones del ayuntamiento, para culparme de cualquier cosa desaparecida, y con ello en aquellos tiempos, ya sabias que recibirías una paliza, sin haber sido el culpable de nada. Le di la mano aquel hombre castellano, que me pareció una enciclopedia, de aquellos sufridos años. de vez en cuando paso por esa amplia Avenida Donostiarra, y se me aparece en mí mente, aquella conversación, mientras esperábamos, acompañar aquel hombre de mí tierra, que tuvo una vida movida, y terminó sus días en Madrid. Nunca más he tenido la suerte o fatalidad, de conocer a nadie, que tuviera una vida de juventud tan castigada, Aquel hombre seguro que ya habrá fallecido, pero es muy probable, que su familia de hijos y nietos, no llegaran a conocer su verdadera historia, por eso hoy que han pasado muchos años, me decidí a escribirlo.
                                               G X Cantalapiedra.  

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