ALGUNAS MAÑANAS DE MAYO
CÓMO
ESTA
El
sol lucia con mucha fuerza, y las aceras de la calle Real, parecían que notaban
la temperatura, su piedras llamadas cantos, eran el lugar por donde aquellos
niños bajaban a la escuela, al lado de su maestro nacional, llamado Don
Quiterio Herrero Matilla, que les acompañaba, era un maestro desde por la
mañana, hasta la noche, aquel grupo de niños, que con el tiempo serian
inmigrantes, y algunos emigrantes, marchaban contentos al lado de tan buen
profesor. Eran los finales del mes de Mayo, y los geranios, colgaban y
adornaban las ventanas, donde sus rejas se volvían mucho más preciosas, al
verse rodeadas, de flores en su mayoría rojas. Los niños diariamente subían y
bajaban, por dicha calle, siempre al lado de su maestro, eran chavales de seis
a ocho años, pero todos contentos de ser alumnos de aquel hombre bueno, nacido
en la provincia de Segovia. En Rapariegos. Muy cerca de Arévalo, Ávila. Los
años se han ido pasando, pero los recuerdos aún sobreviven, y de vez en cuando,
algún alumno, comenta aquellos bonitos días de tan preciado mes, en aquel valle,
donde casi no quedo ningún alumno, la emigración forzosa, les hizo coger
distintos caminos, de ciudades o lugares, casi todos en España, pero la mayoría
se acuerda de aquel hombre, que sabía muy bien distinguir la primavera, de
aquellos inviernos de nieve y hielos, y aunque los años pasan, mientras quede
un alumno, para poder explicar, lo que significaba aquellas flores en las
ventanas, y la alegría del buen tiempo, que nos lo reflejaba con figuras pintadas
en tiza, sobre el encerado de la escuela, que estaba en el ala izquierda de la
parte de abajo del Ayuntamiento, y donde yo comencé a pensar y poder
expresarme, sin tener que acudir a mis hermanas, que eran a veces las que hacían
de profesoras. Todos aquellos niños de entonces, hoy estamos jubilados, y
sabemos que aquel gran maestro ya falleció, pero le llevamos en el recuerdo, y nos
acordamos, cuando salía de la casa donde vivía en pensión, en la Calle Real, o de Tomas Bayón, que era
propiedad de La Señora Victoriana, que entonces
ya era mayor, los niños del barrio obrero, que vivíamos en aquel contorno,
supimos apreciar su buen hacer, en la calle y en la clase, su carácter bonachón,
y su forma de ser, dejaron sus huellas de maestro castellano, en una villa de
La Castilla Profunda, que un día no muy lejano de entonces, tuvimos que abandonar,
para buscarnos una nueva vida, y a veces hasta con distinto pensamiento, sin
dejar de ser, de aquella villa de Valladolid, llamada La Seca, que entonces
tuvo unos años, de sentirse cómo abandonada, y a veces pensando que con los
años desaparecía, y sus vecinos emigraban sin saber el futuro que les esperaba.
Hoy que han pasado 65, años de aquel mes de Mayo, los geranios han vuelto a
florecer, y los almendros y viñedos, siguen estando verdes, sobre los campos de
aquella querida tierra castellana, a la que tanto amaba aquel maestro de
escuela de niños de la edad de seis o siete años. Descanse en paz aquel hombre que
dejo sus huellas en nuestra villa, lasecana.
G X Cantalapiedra.
10 – 5 – 2017.
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