domingo, 28 de octubre de 2018
AQUEL NIÑO GIGANTE QUE LLEGÓ A CASTILLA.
AQUEL NIÑO GIGANTE QUE LLEGÓ A CASTILLA
En los años de mil setecientos y pico, llegó aquel territorio de la Castilla Profunda, unos llamados titiriteros, que entre sus diversiones, mostraban a un Oso, “llamado Nicolás de La Rusinia”. Con su gran espectáculo de tambor y trompeta, para que todos los habitantes, pudieran divertirse, y a la vez darles un dinero, por el cual, aquellos hombres y mujeres, podían vivir, en sus carromatos, con aquellas ayudas, aunque el número especial, era un niño de unos trece años, que parecía que luchaba con el oso, y que en realidad solo se daban abrazos cariñosos. Aquel niño que parecía ser distinto, a la raza de aquellos hombres y mujeres, que les llamaban en aquellos tiempos “Húngaros. o Gitanos, El niño parecía ser distinto, y una familia sin hijos, decidió hablar con él, niño que era español, procedía del Norte de España, y dicha familia intento comprarle a sus cuidadores, que pidieron mucho dinero por su canje, pero aquel hombre que era el juez de paz de la villa, arremetió contra ellos, y tuvieron que dejar al chaval en aquel lugar, y sin poder llevarse el dinero que pedían. El chaval desde el primer día, se notaba contento, su padrastro y su esposa, le trataban como si fuera su hijo, diariamente salía a trabajar en las viñas y pinares, que eran propiedad de dicha familia, sus fuerzas se dejaban ver cada día, manejaba a las acémilas, y un burro, como si toda la vida hubiera estado con ellas, el padrastro tenía un rebaño de ovejas, que manejaba un pastor, y el niño gigante, dominaba incluso a los dos carneros que tenía el rebaño, sin apenas desarrollar su fuerza, las comidas del niño gigante, eran fuertes, el tocino frito y los cocidos, se hicieron abundantes, el niño incluso a escondidas, se metía en el gallinero, y cogiendo algún huevo, les hacia un agujero para comerse su yema y clara sin ser visto. Su fuerza la demostraba agarrando a los animales, por la cabeza, y el rabo, y haciéndoles caer a base de dar vueltas. Los niños de aquel lugar, le tenían miedo, era un forzudo corpulento, algunas noches cuando se paseaba por la plaza de aquella bonita villa, se subían encima de sus hombros hasta cuatro niños, y se paseaba por dicha plaza con ellos, como si no le importara hacer tal esfuerzo. Un día su padrastro le llevo a los pinares de cerca del río Duero, y allí con un hacha enorme, se dedicó hacer lo que le mandaban, era echar abajo cuatro pinos enormes, para poder llevárselos hasta la villa, para reparar la casa de aquella familia que le había acogido. Aunque el terreno era arenoso, las acémilas y el carro estaban a tope de sus fuerzas, y el niño gigante con solo quince años, impulso desde atrás el carro, y salieron de aquel pinar, sin tener que pedir ayuda a ningún paisano. Su fama de forzudo, se fue acrecentando, y por los pueblos de los alrededores, se hablaba de él como si fuera un Goliat. Algunas personas de otras localidades pasaban por dicha villa, para conocerle, y a la vez verle como subía de las bodegas subterráneas, los pellejos de vino llenos, y dejarlos encima de los carros, que en aquellos años venían desde Asturias, y Santander, hasta aquella tierra del buen vino blanco, Pellejos de vino hechos con pieles de cabra, en las boterías donde eran curtidos y preparados, para aguantar dichos transportes por aquellos camino vecinales. Eran de un peso aproximado de cinco arrobas de vino, que el niño gigante, ya con esa edad, los movía como si fuera un simple saco de paja. El niño aguanto allí viviendo, hasta que otros titiriteros, parecidos con los que él había llegado hasta allí, contacto, y sin pensarlo demasiado, se marchó de aquella villa castellana, sin nadie saber su dirección, aquellos carromatos de los titiriteros, se alejaron por las cañadas reales, para poder perder su pista, y así poder tener al hombre más fuerte de aquella época, en su espectáculo de cara al público. Mucha gente después de este episodio, llegó a oír comentar, que habían visto a un hombre gigante, que era capaz de levantar del suelo, más de doscientos kilos, sin nadie saber dónde su vida transcurrió, ni donde terminaron sus fuerzas en esta vida, ya que jamás se llegaron a saber noticias de aquel niño. Que tan solo sabían de él, que había nacido en Santander provincia, y que su marcha con los titiriteros, parece que fue voluntaria. Lo mismo que en su segunda oportunidad, de recorrer aquel mundo del siglo dieciocho. El matrimonio que le recogió, nunca tuvo hijos, y para ellos fue un triste desenlace, ya que pensaban en aquel niño para que fuera su heredero, y a la vez su hijo, fortachón. G X Cantalapiedra.
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