jueves, 7 de noviembre de 2019

AQUELLA NOCHE DE DIFUNTOS

AQUELLA NOCHE DE DIFUNTOS El viaje hasta su pueblo soriano, en aquel año de 2009, para aquel hombre que se terminaba de quedar viudo con 66, años, le parecía volver a la realidad de su vida anterior, de la emigración forzosa, donde vivió de niño en el domicilio de sus padres, en aquel pueblo tranquilo, antes de marcharse a la ciudad de Madrid. Donde aquel día de Los Santos con su coche SEAT LEÓN, le parecía como una excursión al pasado. Pero aquellas fechas de Los Santos, en su pueblo casi desierto, habían perdido el calor humano de sus familiares y vecinos, encontrándose en la casa que fue de sus padres, casi en completa soledad. La casa estaba sin luz eléctrica, y los faroles y candiles estaban medio oxidados, lo que daba un aspecto de ruina inminente, pero que el hombre se adaptó a poder cenar en el comedor de la casa, lleno de telarañas, y con fotos de sus antepasados, medio mugrientas y descoloridas. Aquel hombre, que apenas pisaba el pueblo, ya que su difunta esposa le odiaba, el tener que estar en una vivienda sin condiciones de habitabilidad, pero el al sentirse solo decidió volver a ver sus viejas raíces, y visitar las rumbas de sus mayores. Más aquella noche de Los Santos, parece que en la casa entraron los demonios, el viento azotaba las ventanas con fuerza, el tejado parecía hundirse sobre el sobrado o cámara, y los pensamientos de poder tener un accidente, en aquel lugar de su infancia, le pusieron en guardia. Empezó escuchando ecos de animales domésticos, como de burros y gallinas, y de vez en cuando el gruñido de algún cerdo, desde el dormitorio que daba al corral, un ventanuco pequeño, le abrió, con sus chirridos, de abandono de años, mientras la palmatoria con su vela tiritaba del viento que entraba por aquel lugar, no veía nada raro, tan solo ecos de ruidos extraños, que más tarde eran los ecos de su padre y abuelo, que parecían llamarle a trabajar en la siega del verano, tembló de miedo al escuchar esas llamadas, que fueron ciertas en aquellos años, de 1955, cuando antes de salir el sol, iban a segar a las fincas de su término, como a tres kilómetros del pueblo. Intento dormir sobre las sabanas y mantas que llevo de Madrid, pero era imposible, los gruñidos de animales, y el viento azotando aquella casa en ruina, le parecían insoportables, en su teléfono móvil no existía cobertura, y después de estar hasta las cinco de la madrugada, oyendo ese concierto que le daba desconcierto en su mente. Agarrando todos los enseres y comida que llevaba, se dirigió hasta el Burgo de Osma, donde sobre las seis de la mañana, cansado y casi muerto de miedo, entro en un Hostal para descansar, de aquella noche de vibraciones nefastas, ya que en el Burgo de Osma, se quedó dormido durante bastantes horas, y sobre las tres de la tarde del día de Animas, le llamaron a su puerta, para preguntarle si estaba bien de salud, el hombre contesto. “Estoy bien ahora mismo me levanto”. Saliendo del Hostal, pero antes quedando allí su ropa y enseres, y comunicando que aquella noche dormiría allí, Su paseo por la Calle Mayor, fue tranquilo, aunque al llegar a la plaza, Mayor del Burgo, se encontró con un antiguo vecino de su pueblo, que residía en una residencia del Burgo de Osma, ya que se encontraba solo y sin familia ninguna, y en su tertulia hablaron de su pueblo vaciado, y casi hundido, el vecino le comento, no se puede allí ni dormir, parece que salen los fantasmas por todas partes, y el hombre viudo le comentó su estado actual, que su antiguo vecino no conocía, y se calló de comentar la noche que terminaba de pasar en su antigua vivienda, tan solo le dijo la soledad se me atraganta, y me parece horrible el pasarla en ese pueblo desierto, a lo que le comento su vecino, Esta localidad es otra cosa, tenemos muchas iglesias, con La Catedral, un Seminario, y un montón de bares y cafeterías de lo mejor, sin olvidar estos hostales y hoteles fabulosos. Los dos hombre dialogaron como más de una hora, y sin poner ninguna condición, tomaron dos copas de coñac cada uno, marchándose a continuación a su residencia, donde las cenas eran a primera hora de la noche, mientras que el hombre viudo, continuo recorriendo bares, donde ceno y incluso se colocó de alcohol, para poder olvidar aquellas horas inciertas en su antigua casa del pueblo. Al llegar al Hostal fue bien recibido, y se marchó a su habitación dormitorio, donde aquella noche, los demonios quizá de la bebida, le hicieron pasar una mala noche de difuntos, se le vinieron a la memoria, muchos de los malos pasos que tuvo en su infancia y juventud, el trato recibido en su colegio, y las peleas entre pueblos vecinos, con la consiguiente aparición de una culebra, cuando tenía trece años, y a la que mato con una azada de cavar el huerto, muchas cosas que ya tenía olvidadas, volvieron a recorrer su mente, y presintiendo que la noche era larga, termino dando la luz del dormitorio al parecerle que todo le daba vueltas, en aquella buena habitación. Incluso con la luz encendida, sentía los gritos de sus amigos de la infancia, como se peleaban entre sí, y al alcalde del pueblo amenazando con meterles en la cárcel, si aparecía cualquier luz de las esquinas del pueblo rotas, Toda la noche fue un calvario, el coñac no le había curado su soledad, ni sus viejos fantasmas se habían alejado nada, El Burgo de Osma en La noche es puro silencio, las campanas de La Catedral daban sus horas, y su memoria no le fallaba nada, aunque estuviera colocado de alcohol. Aquella noche estando en el Hostal, paso miedo, pensó si podría morirse, sin que nadie se enterara, aunque se notaba con fuerza para ponerse de pie, y tratar de eliminar aquellas bebidas que él pensó que le aliviarían su presente, pero que la noche fue tremenda, al resultar un recordatorio, de lo que había sido su pasado en aquella tierra soriana, incluso recordando los nombres de sus abuelos y bisabuelos, y sus ecos de voces. Al llegar la alborada, sin pensarlo se levantó de la cama, y trato de arreglarse y ponerse un poco decente, para pagar su alojamiento, y dirigirse hasta su automóvil, y sin dar más vueltas, irse a la ciudad que le dio acogida cuando él tenía tan solo diecisiete años, que fue Madrid, y su barrio obrero, donde estaba viviendo en su piso, sin muchos problemas. El retorno fue bastante tranquilo, entre más se acercaba a la capital, más feliz se encontraba, y solo su mente y conciencia, sabían lo que allí le paso, en aquel pueblo vaciado, donde no quedaba nadie para ser testigo, de aquel momento de soledad y misterio, del que ya nunca se olvidaría. G X Cantalapiedra.

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