SIN MIEDO
A LAS ÁNIMAS
BENDITAS
Era el año de 1868, cuando en la fecha del mes
de octubre, las gentes de “La Castilla Profunda”, empezaron a sentirse mucho
más libres. La reina Isabel II, había sido expulsada de España, y sus gobiernos
la mayoría interinos, dejaban de gobernar y sentirse seguros de sus
imposiciones, casi todas corruptas y malversadoras, encima con las colonias
españolas en ultramar en rebeldía, y con guerras a veces camufladas cómo
situaciones de levantamientos coloniales, aunque las viejas costumbres seguían permaneciendo en nuestro suelo
español, fue una época de miedos nocturnos, y de consignas muy poco duraderas.
Las gentes que les gustaba la noche y los misterios, se veían recompensados,
las brujas y curanderas, parecían florecer sobre los pueblos y aldeas, y el
analfabetismo intentaba ser disimulado, aunque algunos católicos, intentaron
basarse en las viejas creencias, para poder sujetar aquella ola de romper con
el pasado. Todo parecía ser un nuevo camino, aunque la alegría durase poco
tiempo, y de nuevo volvió a ser, lo que aquella gente no quería que fuera, las
normas de una sociedad atrasada y basada en los productos agrícolas, donde lo
principal, cómo entonces se decía, era tener un amo, para que su jornal, nunca
faltase en casa, y las hijas de los jornaleros, fueran las criadas o niñeras,
de los más ricos de entonces, incluso mujeres que amamantaban a los hijos, de
algunas familia más pudientes ó económicamente fuertes. Aquellos años, en que
la iglesia nos hablaba de las ánimas benditas, y del alto cielo, que para llegar
a él habría que pasar quizá por el purgatorio. Pero sobre todo siendo un
cristiano de los de verdad. Aquella época empezó la emigración, que ya en años
anteriores, habían cogido cómo dice una canción, su mula y su arreo, y
siguieron el camino del pueblo hebreo, algunos hacia la zona norte de España, y
otros eligieron el camino de Brasil, Venezuela y Argentina. Sin olvidarnos de
la zona de Francia, donde más de un castellano, se quedo a vivir para siempre
allí. Fueron años complicados, la miseria y las mentiras se unían. Para poder
tener mucho más sujeta, a toda aquella gente que vivía de la agricultura, y
algunos de la ganadería, de ovejas y vacas, donde la vida de entonces era un
estar esclavo de sus animales. Los años siguientes fueron un camino sin
descanso, los pueblos de “La Castilla Profunda”, perdían muchas familias, que
se marcharon incluso a tierras de Cataluña, donde en estos momentos sus
descendientes viven, y algunos sin saber de dónde proceden ni cuál fueron sus
raíces antiguas. La tierra castellana se vio sin mucha de esas personas que
vieron el futuro, un poco más claro y de progreso, buscando junto a las playas
y puertos, donde algunos dejaron sus mejores horas de trabajo, descargando
barcos, y haciendo casi lo mismo que en su tierra de nacimiento, ser sacadores,
esta vez no de vino de las bodegas, sí no descargando barcos y volviéndoles a
cargar, para ganarse el sustento. Toda aquella época fue dura y silenciosa, en
las minas de hierro de Ortuella, hubo castellanos jugándose la vida, entre los
barrenos de dinamita, y las piedras que salían volando, con las explosiones,
que todavía sus descendientes hoy en día recuerdan. La ría del Nervión, con sus
altos hornos de fundiciones, fueron el lugar donde muchos de aquellos
castellanos, tuvieron que pasar allí dentro muchos calores, sus intenciones de
volver a su tierra, a veces se quedaron en eso en intenciones, ya que su
descendencia, se enamoro de personas de esa región, ó que en ella habían ido a
vivir, y no entendían la vuelta a los orígenes de sus padres o abuelos, al
tener allí su familia establecida. Los choques de opiniones han sido
constantes, aunque cada uno ha sabido elegir su final de la vida, la mayoría de
las veces. Sin tener que acudir a las ánimas benditas. G X Cantalapiedra.
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