ENTRE
LAS NIEBLAS DE LA RÍA DE BETANZOS ASI ERAN LAS MEIGAS
Aquella mujer un poco desfavorecida, tuvo
diferentes trabajos y situaciones amorosas, aunque parecía que todo en su vida,
le resultaba malo y con complicaciones. A sus cuarenta y cinco años, tuvo que dejar
la ría de Betanzos, donde actuaba de mujer mariscadora, por problemas de salud,
el reuma, la estaba produciendo anulación en sus manos, y entonces empezó su
vida, de buscar las soluciones a su problema, eran los años de 1775, Galicia
era una región de emigración, hacia diferentes partes del mundo, los barcos que
amarraban en sus puertos, casi siempre se llevaban con ellos, a marineros de
esas tierras, que trataban de mejorar su vida económica, que muchas veces lo
consiguieron. Más está mujer no podía escoger el mar, ya que sus manos parecían
ser casi inútiles, las humedades pasadas, y la mala alimentación de entonces,
la habían convertido en una persona casi invalida. Al iniciar sus pesquisas
sobre las hierbas, que quizá pudieran curarla, o mejorar sus dolores, la mujer consiguió
efectos alucinógenos, y otras clases de efectos que la parecían sentirse
volando. Empezó saliendo por las noches de su casa, para conseguir toda clase
de hierbas, y además robar de los huertos, productos de consumo normal. Todo eso
pronto empezó a darla fama de curandera, o mejor dicho de Meiga. Su casa a la
salida de aquel poblado, era visitada por pobres y mendigos, de distintas zonas
de la Galicia Profunda, además de algún borracho, que intentaba poder dejar tan
mal vicio. Todo aquel ambiente, se volvió en su contra, y por aquellas tierras
gallegas, llenas de leyendas de La Santa Compaña, el miedo a la noche se hizo
visible, la mujer aprovechando la oscuridad, salía de su casa sobre las dos de
la madrugada, y siempre volvía a ella con leña o víveres robados, cómo gallinas
de algún corral, o conejos de las conejeras, de algún vecino que el sueño no le
dejaba enterarse. Los caminos de aquel entorno, eran visitados casi a diario,
los faroles de las viviendas al hacerse de noche, todos se apagaban, ya que su
consumo de grasa o aceite, no lo podían soportar las economías de entonces. Aquella
mujer cada día con más arrugas y más dolores, seguía su caminar nocturno, y
para causar mucho más miedo, en las noches de tormentas eléctricas, hacía sonar
un trozo de hierro, sobre las verjas de las ventanas de sus propios vecinos, que
parecían estar atormentados, por aquel estado de ruidos, y encima cuando la
noche no perdonaba, a quien dejaba su casa en esas horas de la madrugada. La
casa de dicha mujer, cada día parecía que se iba a hundir, su tejado, ella
misma le tapaba con ramas de árboles, que conseguía arrancar, para que las
goteras no cayeran sobre su miserable cama. Sin familia ni amigos que la
pudieran ayudar, sus salidas nocturnas, se hacían a la fuerza obligadas, para
poder conseguir algún alimento de los huertos de los vecinos, y así conseguir
poder matar el hambre que padecía. Los comentarios eran diarios, mucha gente
sabía que tenía que ser ella, la Meiga de aquel territorio, pero nadie se atrevía
a confirmarlo, preferían seguir ocultando los hechos, para que aquella mujer
entonces muy mayor, pudiera subsistir, y no morirse de hambruna. Eran años de
falta de higiene, y el agua solo se conseguía en regatos, o pozos cavados en el
entorno de sus casas, donde las viviendas no estaban demasiado juntas, sí no que
los señores más pudientes tenían sus Pazos, y el resto de personas, se
acomodaba cómo mejor podía. Aquella mujer que paso por ser una Meiga, estuvo
mucho tiempo en su casa muerta, sin enterarse sus propios vecinos. Pasaron cómo
seis meses, para poder detectarlo, y poderla dar enterramiento, incluso fuera
del cementerio de aquella población, por no haber tomada la extremaunción, ni
ninguna otra cosa religiosa, que en aquellos años se consideraba una falta de
religiosidad. Y esas personas las enterraban en el cementerio de los
protestantes, sí es que en donde murieron existía. G X Cantalapiedra.
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