martes, 3 de marzo de 2015

CON LA CONCIENCIA INTRANQUILA Aquella noche terminaba el mes de Octubre, y las hermanas habían decidido ir ellas solas, a visitar al día siguiente la tumba de sus Padres, y a vez la casa del pueblo que les habían dejado en herencia, aquellos padres a los que la vida les dio un poco de lado al final de sus días. Eran las diez de la noche, las hermanas reunidas al calor de aquella cocina, donde tantas veces de pequeñas, habían jugado y comido, a la vez de aprender a cocinar con su Madre, aunque paso muy poco tiempo, para empezar a sentir los pasos con el ruido de bastón en cruz, que usaba su Madre, los ruidos por aquel largo portal, se hacían cada minuto más ruidosos, las hermanas salieron de la cocina para comprobar de donde procedían, no se veía nada raro, los cuadros de las paredes brillaban con la luz de la cocina, y los pasos de nuevo se volvían a sentir con más fuerza, las hermanas decidieron acostarse en las habitaciones, que de niñas habían ocupado, pero al rato de estar en la cama, de nuevo sonaban pisadas sobre el desván, donde el Padre metía el grano de las cosechas, a la vez de las herramientas agrícolas, que se usaban en temporadas, los pasos en el desván se hacían cada minuto más insoportables, y desde las habitaciones veían como se encendían las luces del pasillo sin nadie dar el interruptor, varias veces intentaron apagar las luces que se encontraban encendidas, pero al rato de nuevo se encendían solas, las hermanas se levantaron de las camas, pero las faltaba el valor para subir al desván, y la hermana mayor comento: Ya me hablo mi hijo que en las fiestas tuvieron algún rato de miedo, pero el al venir con sus amigos, se hizo el valiente. Las hermanas levantadas a las dos de la madrugada, empezaron a pensar en tantas casualidades, unas a las otras se echaban la culpa, pensaban que hicieron muy mal, al mandar a su Madre al asilo residencia, ellas habían prometido a su Padre, que cuidarían de ella hasta su muerte, y no lo habían cumplido, y entonces el anima de su Madre, les estaba mortificando, todas las hermanas, tenían un nivel de vida superior al que tuvieron sus Padres, y era para ellas complicado, el tener a su Madre en sus propias casas. Aquella madrugada ninguna podía dormir, las luces de la casa, se encendían y apagaban solas cada instante, el ruido en el desván, se hacia insoportable, de vez en cuando una tos de tabaco mañanero, se sentía en el patio de la casa, todos los recuerdos de la infancia, salían sin apenas recordarlos, el miedo era tenebroso, decidieron encender aquel candil de mecha con aceite, para que encima les diera esa luz que palpita en cada segundo, la noche fue mortificadora, cuando llegaron las luces del alba, estaban todas las hermanas levantadas, y asustadas, se miraban unas a otras, y no sabían que decirse, era como si la sombra de la Madre, las estuviera persiguiendo por toda la casa, de vez en cuando se sentía el respirar de su Madre, y en la lejanía se escucho la voz de aquel gallo, que por las mañanas les despertaba cuando eran unas niñas. No pudieron desayunar, el miedo a los ruidos de la casa las hacia imposible, el poder comer nada en aquel momento, decidieron marcharse de la casa, para ir a desayunar a la cafetería del pueblo, donde al entrar fueron saludadas, por un antiguo vecino de sus Padres, que al reconocerlas las hablo, diciendo. Que buena Madre habéis tenido, era la mujer más buena y cariñosa de este pueblo. Ellas comprendieron enseguida, que solo había trascurrido un año de su fallecimiento, y se la seguía recordando como de verdad era. Aceptaron las palabras de buen grado, pero en su conciencia, quedaba el mal sabor de haber mandado a su Madre al asilo. Más tarde se acercaron a la tumba del cementerio, donde estaban sus Padres enterrados. Las lagrimas brotaron sin poderlo remediar, y el silencio se adueño de aquel momento dramático. Quizá su Madre que fue tan buena, las haya perdonado, su mal comportamiento al final de su vida con ella. D,E, P. G X Cantalapiedra.

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