lunes, 4 de enero de 2016

ESPERANDO A LOS REYES MAGOS EN 1951

ESPERANDO A LOS REYES MAGOS EN LOS AÑOS 1951 En la Castilla Profunda, aquel año había llovido días antes de la fecha de los Reyes Magos, y las calles entonces de tierra y cantos, se habían convertido en un barrizal, que era imposible el andar por ellas, solo las aceras empedradas, servían para caminar y desplazarte de un lugar a otro de aquella villa, donde la situación económica era bastante mala, para la mayoría de la clase trabajadora, y aun mucho peor, para las familias que se llamaban numerosas, que pasaban de tres hijos, y cobraban el subsidio familiar, que era una ayuda para poder subsistir. Y que a veces hubo familias que se llenaron de hijos, por el engaño de que cada vez que nacía un hijo más, el dinero que cobraban era mucho mayor, y sus ingresos les permitían vivir unos días al mes con un poco más de dinero, pero a la larga, era un tremendo atolladero, para las gentes que no poseían muchos bienes o labranza para vivir sin problemas. En un hogar de aquella villa donde entonces eran cinco hermanos, esperaban como todos los niños, que los Reyes Magos les dejaran algún juguete, o ciertos regalos para poder ir al colegio, con pinturas o pizarra nueva, para poder asistir con la dignidad suficiente, para no ser un marginado, en dicho colegio, donde en la clase se amontonaban, más de cincuenta niños. El abuelo materno aquel año, les comunico que por su calle, no pasarían los Reyes, ya que había mucho barro y las caballerías se mancharían mucho las herraduras. Cosa que los cinco nietos, aun en esa edad de inocencia, ninguno se lo creía, ya que su madre les había indicado que aquel año, apenas se había cogido cosecha de uvas, que era la principal fuente de economía, de aquella y la mayoría de las familias. Aquel día de reyes fue nefasto, tan solo un caballo de cartón, sobre una tabla de madera color naranja, le dejaron al hijo, para las hijas aun menos, unas muñecas de trapo, que había construido una hermana de la madre, que era una buena modista. Al amanecer del día de Reyes todos los hermanos, se levantaron de su cama, corriendo a la ventana, donde la noche anterior dejaron sus zapatos todo lo limpios que pudieron, y dentro de ellos se encontraban medio llenos de nueces avellanas y almendros, quizá una naranja en cada par de zapatos, y al lado las muñecas y el caballo de cartón. Todo un regalo fantástico, para aquellos niños que su ilusión principal, era el comer cada día, y ver que en su casa, no faltaba nunca la leña en la cocina, con la que se formaban los braseros de ascuas, para calentar, el comedor o la habitación donde después se dormía. El mismo día de Reyes, veían a sus amigos del barrio, que más o menos eran igual que ellos, solo los que llamaban riquillos, en aquellos años, podían disfrutar un poco más de la festividad de Reyes, ya que al día siguiente, sin esperar demora, empezaban las clases con puntualidad inglesa. Y allí quien no estaba atento a las lecciones del profesor, podía quedarse sin salir al recreo, en aquella plaza con soportales, donde los niños cuando llovía se refugiaban, aquella media hora que era un divertimiento. Pasados los días de Los Reyes Magos, la gente cambiaba su idea de las navidades, aunque se escuchaba decir a la gente mayor, “Hasta San Antón Pascuas son”. Todo parecía pasar muy deprisa, en aquellos días de pocas horas de sol, donde los niños al salir del colegio, apenas tenían tiempo de poder jugar, ya que anochecía enseguida, y las familias entonces cenaban muy temprano, y las horas de dormir eran demasiado largas, en aquellos tiempos, donde las heladas había días que no se quitaban, de las aguas que salían de las fuentes, y los niños aprovechan para hacer resbaladeros, donde patinaban sobre los hielos incluso por las tardes. Fueron años de mentiras, ilusiones y desilusiones, donde los niños y sus padres conocían sus posibilidades, y Los Reyes Magos, apenas pasaban por sus calles de barro. G X Cantalapiedra.

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