AQUELLA MUJER
QUE TERMINO DE
BRUJA, TEMIDA EN SU
PUEBLO.
Eran los años de final del siglo diecinueve, y
en aquel pueblo castellano, se vivía con muchas deficiencias, sobre todo de
salud, donde la señora Anastasia, atendía a muchos partos, incluso a las
matanzas del cerdo casero. Eran años difíciles, para algunas personas el poder
sobrevivir, sin tener ninguna pensión ni otras ayudas complementarias, y encima
ser viuda sin ningún recurso. La señora Anastasia se vio obligada, a usar sus
facultades de brujería, vendiendo hierbas que curaban ciertas enfermedades, y
en aquel pueblo, al no existir medico, ella repartía y vendía sus potingues
curanderos, paso a paso y día a día, la economía la iba fallando, y para no
morirse de hambre, recurrió a robar algún cordero, para subsistir sin morirse,
sus brujerías iban calando, en aquella población medio analfabeta, y temerosa
de sus grandes fallos, que paso a paso, les llevaban a la desesperación, ya que
al no poder ella asistir a todos los nacimientos, hubo niños que nacieron tarde
y mal. La señora Anastasia, con sus pelos largos sin peinar, y su mala
economía, tuvo que abandonar la casa donde ella vivía, para marcharse a la zona
de bodegas de dicho pueblo, y en una de las bodegas abandonadas, se metió a
vivir sin pensarlo mucho, algunos vecinos se acercaron para darla cereales y
leña, que durante algún tiempo ella cocinaba, pero su vista la fallaba, sus
fuerzas eran cada día mucho más pequeñas, y entonces empezó el mito de su gran
leyenda. Algunos vecinos dicen que por las noches, sentían su voz volando sobre
una gran escoba, y que los animales en cuadras y corrales, no podían estar
tranquilos, todo el pueblo ardía en ascuas, mucha gente estaba agradecida a
ella, ya que ayudo a que muchos jóvenes pudieran venir a este mundo, y aunque
algunos vecinos su incultura era bastante grande, hablaban entre ellos,
diciendo, no debiéramos a ver apartado de este pueblo a la señora
Anastasia, y mucho menos decir que es
una bruja, ya que antes comimos los chorizos y morcillas hechos por sus manos,
y casi todos los jamones ella los arreglaba, para ser el plato más mimado por
nosotros, es imposible que sea una bruja, ya que sí así fuera, estamos todos
dentro de su brujería, y condenados a ser discípulos suyos, un joven de
aquellos, se acerco con un carro de mulas, cargado de leña de los pinares,
dejando toda su carga en la puerta de aquella que había sido bodega, y ahora
una cueva habitada, por aquella mujer, que estaba en la más dura indigencia, y
en aquellos días del invierno castellano, con heladas abundantes, la vendrían
bien, para poder calentarse. Todo transcurría entre brumas y miedo, las
conciencias de aquellos hombres de aquel pueblo, no podían estar tranquilas,
las sombras de una bruja por la noche, la sentían sobre las verjas de sus ventadas de hierro, con sacudidas enormes
que parecían sonidos de campanas, en aquellas noches heladoras, nadie se movía
de sus camastros, aunque el ruido les hacia despertar, y por entre sus ventanas
notaban sombras errantes, se quedaban metidos entre las mantas, para ocultar
las llamadas a su conciencia, el nombre de aquella mujer aparecía día a día,
pero todos los vecinos del pueblo, ocultaban su misterio, nadie la podía ver,
ni querían verla, por miedo a que les llamara de todo menos buenas personas.
Pasaron más de cinco meses, y nadie sabía de su estado físico, ni se atrevía a
bajar aquella bodega cueva, para saber sí la señora Anastasia aún seguía viva.
Solo el joven que la llevo el carro de leña, se acerco a la cueva, y desde su
puerta grito llamándola por su nombre, el silencio se dejaba escuchar, y el eco
de la cueva no respondía, solo después de varios intentos, pudo escuchar con
bastante claridad, “Ya no estoy viva, pero marcha en paz, este pueblo se merece
la maldición por su poca humanidad”. Un temblor de miedo y de sentirse
deprimido, le hizo mella aquel joven, que no tardo en ir a su alcalde a
contarle parte de lo ocurrido, sin hablarle de lo qué pudo escuchar después de
varios gritos suyos llamando aquella mujer. El joven aquel sin pensarlo
demasiado, escogió el camino de la emigración, y marchó buscando otra ciudad
donde pudiera llorar y cantar sin miedos.
G X Cantalapiedra.
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