PENSÓ SUBIR
A EL PICAZO
En aquel mes de julio, el calor era bastante
grande, y el esfuerzo que precisaba, para poder subir a El Picazo, era
demasiado, en aquel tiempo de calores infernales, Más llego a tomar una
determinación importante, aquel hombre jubilado, que no había tenido nunca
tiempo ni posibilidad, de que algún vecino le acompañara, a realizar aquella
escalada, que desde el centro de la localidad veraniega, de Hoyo de Manzanares,
parecía demasiado fácil, pero que le resultaría dura y penosa. Sin pensarlo
mucho más se decidió a subir, en una mañana de las más frescas, de lo que
llevaba de verano, en aquel año, de calores hasta en el mes de junio a
principios, donde el calor se desato, y en esa localidad de la sierra, se
llegaron a tener unos 36, grados, de calor algunos días, a la hora de las cuatro de la tarde, que
parecía ser la hora de más intensidad del sol, sobre la localidad serrana, en
aquella mañana de julio, donde decidió empezar su subida tan solo eran 20,
grados, antes de iniciar la subida a dicho pico, del Picazo. con unas
zapatillas de deporte, y un sombrero de paja grande, marchó camino de las
laderas del famoso pico. Entre cercas de piedras y arbustos, que fue dejando de
lado, empezó la subida, que duraría aproximadamente, una hora, al llegar a la
cima del Pico del Picazo, sus piernas parecían estar agotadas y cansadas a
tope, el paisaje que desde allí se divisaba, era bastante bonito, al ver a la
ciudad de Madrid en la lejanía, y un montón de urbanizaciones, de aquella zona
de la sierra madrileña. Aunque su paseo o escalada no le resulto nada fácil, a pesar
da tan fantásticas vistas, una culebra salida de entre las piedras de la cima,
le saludo, poniéndose de manos, y silbando con estruendo. El hombre sintió
miedo, nunca había pensado en nada parecido, y la brisa de la mañana, le traía
un olor a zorro no muy lejos de allí, trato de serenarse, y decidir volver a la
localidad serrana, por el mismo camino que había llevado en la subida, pero
pronto comprendió, que el retorno no iba a ser nada fácil, un par de buitres
carroñeros, le seguían sin perder su pista, y el olor a zorros o alguna
alimaña, para el desconocida, le pusieron la carne de gallina, trataba de bajar
lo más deprisa qué podía, pero de vez en cuando las piedras se desprendían a su
paso, y temió por su integridad física. Hoyo de Manzanares, él le veía, y
escuchaba ruidos de motores, que parecían estar mucho más cerca que en la
realidad estaban, sin apenas darse cuenta, uno de los buitres con el cuello
pelado y sus garras certeras, le atacaba, y el hombre se defendía cómo podía en
aquel momento, de desesperación y terror, con las piedras que podía lanzarles a
dichos pajarracos, que parecían hambrientos, y sin ningún temor de atacar a un
ser humano, ya jubilado, los ultimo pasos hasta llegar a Hoyo de Manzanares,
fueron terribles, veía culebras por todas partes, y buitres revoloteando por
encima de su cabeza, pensando en que sí se despistaba, sería su comida sin más
remedio, el hombre parecía estar destrozado, por aquella terrible aventura, que
a su esposa le había contado, antes de empezarla, pero que una vez llegado a su
vivienda de verano, quiso ocultarle, para que no se sintiera atemorizada, por
aquella naturaleza salvaje, que estaba tan solo a medio kilometro de su casa, y
que quizá hace años, esos bloques de hormigón, eran los lugares donde buitres,
víboras, hormigas, zorros, y demás animales salvajes las tenían de sus habitáculos, naturales, y que
solo el ser humano, con su deseo de ser el señor de la creación, se apoderado
de tantos territorios, para su relajamiento. Aquel hombre jubilado, cambio de
ideas en pocas horas, pensaba en solitario, cómo le pudo a ver ido, sí una de
las zarpas de el buitre que le ataco, le hubiera conseguido agarrarle el
cuello, o sí una manada de lobos o zorros, se le hubieran echado encima, el
miedo le corría por todo el cuerpo, y en las noches siguientes, cerraba puertas
y ventanas a tope, sin dar demasiadas explicaciones. Su familia al ver qué
había cambiado su actitud en la vivienda, no dejaba de pensar el motivo, aunque
el continuaba en el más absoluto silencio.
G X Cantalapiedra.
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