viernes, 18 de noviembre de 2016
LAS AUSENCIAS SE CONTABAN ENTRE LOS NIÑOS
LAS AUSENCIAS SE CONTABAN ENTRE LOS NIÑOS
En aquellos años, aquel pueblo castellano, se limitaba a comentar las marchas que de vez en cuando, se producían en aquel valle de lágrimas. La agricultura era la mayor fuente de trabajo, y sobre su economía se desenvolvía, todo aquel ambiente de paro, con sufrimiento constante, que le hacían perder habitantes, que los niños desde la escuela, contaban los que cada curso no terminaban en dicho pueblo. Eran tiempos duros, los años llamados 1950, donde la juventud intentaba abrirse camino como fuera, y en aquellos días un joven, con aspecto desaliñado, decidió abandonar aquel pueblo que parecía maldito. Fue un desengaño amoroso, el que aquel joven recibió, y sin apenas pensarlo dos veces, de aquel pueblo se marchó, toda su ropa la llevaba en una maleta de madera, que sin que su familia se diera cuenta, la compro al carpintero del pueblo, que estaba acostumbrado a fabricarlas, a los muchos emigrantes, que día a día, iban marchando para diferentes lugares. Aquella tarde noche fue distinta, para el joven que sin pensarlo demasiado, inicio su camino hacia la estación más cercana de ferrocarril, que distaba a unos siete kilómetros, de dicho pueblo. En el penoso camino la luna brillaba y aunque era el mes de septiembre, la brisa de la noche se notaba, aunque el joven solo pensaba salir de aquel lugar donde las desgracias se sucedían, sin encontrar solución a tan grave crisis, tuvieron que pasar más de dos horas para llegar a divisar el tren, y una vez en la estación, subir en un vagón de tercera, que su destino era San Sebastián, aunque su billete era de corto recorrido, solo de unos treinta kilómetros, hasta la ciudad más próxima, donde el se hizo el despistado y continuo su camino, sin saber donde terminaría su aventura, sí el revisor le pediría el billete de viaje. Que nada más subir al tren le fue revisado, sin ningún problema, luego una vez pasada la ciudad, se metía en el servicio del wáter, para evitar su localización, y de esa manera, llegar hasta cerca de la ciudad vasca, donde se veía perdido y tuvo que bajarse del tren, sin dejar de pensar en su aventura de juventud, y dejando atrás aquella joven que no le dio ninguna esperanza de poder ser su amor verdadero. Aquel joven se adentro en la localidad de Tolosa, donde pronto encontró a un hombre dueño de un caserío, que le dio casa y trabajo, cosa que en aquellos años era de agradecer. Aunque su estancia allí fue poco duradera, el hijo del casero, le invito a marcharse con él, hacia Francia, donde parece que un amigo le había prometido darle mejor vida, que la del caserío. Sin pensarlo demasiado, los dos jóvenes iniciaron su recorrido, hasta San Sebastián, luego una vez allí otro joven les ayudo a pasar la frontera a través del monte, sin ser visto por la guardia de fronteras ni de Francia ni de España. Entraron en el país vecino, como dos intrusos, sus maletas casi vacías de ropa, y sus bolsillos con muy poco dinero, aunque pronto dieron con la residencia de aquel joven vasco, amigo del hijo del casero. Donde pernoctaron y pudieron cenar algo de comida francesa, el joven castellano, se sentía un poco extraño, aquel camino que llevaron entre grandes árboles, y la brisa del mar metiéndose en la montaña, le parecía cosa de brujas, era la primera vez que sentía tal impresión, aunque lo poco que había visto de Francia, le parecía muy bonito, y entonces fue cuando pensó que aquella tierra extraña, podría ser su futuro sí lograba ser un emigrante documentado, cosa que no tardo demasiado en conseguir, el jefe del estado francés, siempre decía que Francia era la tierra de acogida de todos los emigrantes del mundo. Y parece que así fue con aquel castellano que por despecho, inicio un camino sin retorno, dejando en aquel valle a su familia, que jamás supieron nada de su vida, ni jamás entendieron como se evaporo sin dejar huellas, parece que termino su vida en el país vecino, donde sus hijos y nietos de vez en cuando visitan su tumba. G X Cantalapiedra.
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